Tierra.

Una mano amasa la mezcla firme mientras la otra tira harina. La pasta se transforma en masa tersa. Una mano limpia la otra y los restos pasan de dedo en dedo. La uña se deja ver, crecida, con masa entre medio. La brasas zumban y el humo escapa por la rejilla. La masa estirada y redonda lo frena y se impregnan. Los ojos miran para todos lados y apuran unas rocas de carbón, que explotan y chisporrotean. Los ojos ven venir a alguien y la boca habla. Una masa cocida es envuelta en un papel marrón y otras manos se la llevan. La boca escupe. El puño restriega la nariz.  La masa gira y cae del lado pálido. Los pies caminan, las piernas se doblan. El pantalón se baja lo suficiente y el meo sale.
De reojo mira, desde los hombros, por encima. Una pequeña fila se arma. Las narices huelen. La boca habla y dice que ya va. Se sacude y guarda. Seca las manos en la remera y corre. Los pies vuelan, las piernas se doblan, la piedra tropieza. Besa la tierra. La fila se empina, un niño ríe, la madre le pega.
Se levanta y se sacude. Hola dice y sigue con gracia. Envuelve primero a los conocidos y agarra la plata. Devuelve lo que sobra y ensobra otra que se cae a la tierra. La deja en una esquina y lamenta la pérdida. Cosas que pasan dice y apura otra, no tan quemada, algo más tierna. Está cruda dice la madre que había pegado, y otra elige. Pide paciencia, el tiempo lo es todo y la tierra con meo ya es lodo.
La fila se va contenta y ya casi son las ocho. Las manos cuentan los billetes arrugados.  Un chorro de agua apaga el fuego. Los pies caminan, las piernas se doblan. Del bolsillo ilumina el brillo de un papel de aluminio. Sopla la tierra que vuelve a la tierra. Los dientes entierra en la masa que es madera, y mastica.

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