Nadie vuelve ya.
El rayo de mi mirada atraviesa,lento, los vidrios sucios de las ventanas que dan a la calle interna. Se corta contra los hierros de una estructura obsoleta y con un árbol de invierno que sostiene las nubes de la mañana húmeda de Buenos Aires. No estoy en la ciudad de Buenos Aires, ni en la Provincia de Buenos Aires. Estoy en un confuso lugar que pertenece a ambos y no es ninguno, como nosotros, sus habitantes. Específicamente estoy en una vieja empresa norteamericana que invadió suelos del segundo cordón del conurbano, el campo de batalla de todas las guerras. Es el lado B de algún sistema fractal que crece con el éxito de una colonia de bacterias, a pesar de que todo esté dado para que esto no suceda. Soy de aquí, y no es un orgullo ni una frustración, nadie elige vivir aquí, las cosas se dieron así. Un caldo de personas con más sueños que recursos, algunos que nos queremos ir, otros que dejan todo por quedarse. Hormigas obreras que recorremos kilómetros de cemento para colaborar con la ciudad que todo lo quiere y nada da. El viaje es al infierno, y la vuelta es el renacer. Más viejo, más dolorido, menos esperanzado, pero con una sonrisa para la familia que espera. Mujeres y hombres, en trenes, colectivos, autos o a pié, hacen la procesión a la Meca sin milagros, al trabajo mal pago, al tiempo desperdiciado. La vida a cambio de vivir. Una rutina que pude romper de manera parcial hace algunos poco años, vivo a pocas cuadras de mi trabajo. Al que también le dejo, obligado, los mejor de mi vida, por vivir.
La gente que me rodea es por lo general buena. Algunos, grandes personajes de honor y gloria, otros, personajes más pequeños de espíritu que pasan sus horas hablando mal o bien de los otros. Comemos lo mismo, respiramos lo mismo, nos quejamos de lo mismo, pero de ninguna manera soñamos los mismo.
No logro ver las lineas que separan los grupos ni las fuerzas reales que nos agrupan en pequeñas asociaciones de anhelos. No es por jóvenes ni por viejos, ni por casados y solteros. Quizás algunos tenemos un fuego rojo en el pecho, y otros tienen viento, o agua, tal vez en el peor de los casos, tierra.
Somos un grupo de tres personas, dos son mujeres y el tercero soy yo. Los tres nos queremos ir. Nos queremos ir del trabajo, del barrio en el que vivimos (por cierto son distintos), del país, del planeta, de la galaxia, de nosotros mismos. A su vez, cada uno de nosotros nos queremos ir por motivos distintos. Una de ellas se quiere ir porque no puede. Su personalidad es así,siempre quiere lo que no puede, eso la motiva. Está en pareja y tiene dos pequeños hijos. Ya no piensa por ella, pero por ella sueña. La otra quiere irse porque se siente presa de su instinto de autodestrucción. Quiere dejar a su novio, pero estando aquí no tiene motivos. Quiere un sueño tan grande que justifique romper con todo.
Yo me quiero ir porque siento que estoy dispuesto a darlo todo aquí, pero este aquí no quiere nada de lo que le puedo dar.
De pronto las nubes que veo por la ventana bajan al punto de sentir las puntas afiladas de los árboles sin hojas. Tanto bajan que estos las pinchan y comienzan a gotear en forma de lluvia.
El fenómeno me hace perder los otros pensamientos y me distraigo en el agua que me tranquiliza. Apaga un poco mi fuego rojo. Ya no siento la necesidad extrema de irme, solo razono que eso es lo mejor para mí futuro. Pero lo que se razona sin la cuota de pasión solo queda en el intento. Es una ecuación sencilla, lo que solo se piensa no se hace. La lluvia, como siempre, calmó un poco mi angustia.
El celular vibra contra el escritorio y me atrae hacia él. Un grupo de Whatsapp comienza su actividad diaria. En él escribe un amigo que se ha ido a vivir a Europa hace un tiempo, y es a quien le queremos seguir los pasos.
A veces me indigno con su nueva forma de pensar, foráneo, lejano, frío, sin amor por su tierra. Yo no quisiera convertirme en eso. Seguramente él siempre fue así y no nos dábamos cuenta. Pero también me quiero ir. Algo de eso hace ruido en mi. Amo mi lugar, pero no lo quiero más. ¿Es posible amar sin querer? creo que si. Siento que si. Cuando con ella nos dejamos, la seguí amando, pero no la quería más. No quería habitarla más con mis besos, ni con mis caricias, ni con mis enojos. Al mismo tiempo no quería que ella me quiera, y ella nunca más me quiso. Seguramente me siga amando, a mi o a mi recuerdo. Como este amigo recuerda viejas aventuras en la facultad, y entendemos que nos ama. Pero ya no nos quiere. Al menos no nos quiere aquí, seguramente nos quiera allá, con él pero con otro él y otros nosotros.
La oficina adquiere vida, llegan otros compañeros con la voz alta de la rutina. Tengo que trabajar. Pero me quedo pensando, si me voy no vuelvo, pero quiero volver sin haberme ido.
Recién ahora entiendo cuando dicen "nadie vuelve ya", porque es más difícil volver triunfante que irse escapando de la derrota. ¿Porqué volvería al lugar que me expulsó? Por amor, que no exige más repuesta.
la lluvia se intensifica, y aunque todavía no me fui, ya no estoy acá.
La gente que me rodea es por lo general buena. Algunos, grandes personajes de honor y gloria, otros, personajes más pequeños de espíritu que pasan sus horas hablando mal o bien de los otros. Comemos lo mismo, respiramos lo mismo, nos quejamos de lo mismo, pero de ninguna manera soñamos los mismo.
No logro ver las lineas que separan los grupos ni las fuerzas reales que nos agrupan en pequeñas asociaciones de anhelos. No es por jóvenes ni por viejos, ni por casados y solteros. Quizás algunos tenemos un fuego rojo en el pecho, y otros tienen viento, o agua, tal vez en el peor de los casos, tierra.
Somos un grupo de tres personas, dos son mujeres y el tercero soy yo. Los tres nos queremos ir. Nos queremos ir del trabajo, del barrio en el que vivimos (por cierto son distintos), del país, del planeta, de la galaxia, de nosotros mismos. A su vez, cada uno de nosotros nos queremos ir por motivos distintos. Una de ellas se quiere ir porque no puede. Su personalidad es así,siempre quiere lo que no puede, eso la motiva. Está en pareja y tiene dos pequeños hijos. Ya no piensa por ella, pero por ella sueña. La otra quiere irse porque se siente presa de su instinto de autodestrucción. Quiere dejar a su novio, pero estando aquí no tiene motivos. Quiere un sueño tan grande que justifique romper con todo.
Yo me quiero ir porque siento que estoy dispuesto a darlo todo aquí, pero este aquí no quiere nada de lo que le puedo dar.
De pronto las nubes que veo por la ventana bajan al punto de sentir las puntas afiladas de los árboles sin hojas. Tanto bajan que estos las pinchan y comienzan a gotear en forma de lluvia.
El fenómeno me hace perder los otros pensamientos y me distraigo en el agua que me tranquiliza. Apaga un poco mi fuego rojo. Ya no siento la necesidad extrema de irme, solo razono que eso es lo mejor para mí futuro. Pero lo que se razona sin la cuota de pasión solo queda en el intento. Es una ecuación sencilla, lo que solo se piensa no se hace. La lluvia, como siempre, calmó un poco mi angustia.
El celular vibra contra el escritorio y me atrae hacia él. Un grupo de Whatsapp comienza su actividad diaria. En él escribe un amigo que se ha ido a vivir a Europa hace un tiempo, y es a quien le queremos seguir los pasos.
A veces me indigno con su nueva forma de pensar, foráneo, lejano, frío, sin amor por su tierra. Yo no quisiera convertirme en eso. Seguramente él siempre fue así y no nos dábamos cuenta. Pero también me quiero ir. Algo de eso hace ruido en mi. Amo mi lugar, pero no lo quiero más. ¿Es posible amar sin querer? creo que si. Siento que si. Cuando con ella nos dejamos, la seguí amando, pero no la quería más. No quería habitarla más con mis besos, ni con mis caricias, ni con mis enojos. Al mismo tiempo no quería que ella me quiera, y ella nunca más me quiso. Seguramente me siga amando, a mi o a mi recuerdo. Como este amigo recuerda viejas aventuras en la facultad, y entendemos que nos ama. Pero ya no nos quiere. Al menos no nos quiere aquí, seguramente nos quiera allá, con él pero con otro él y otros nosotros.
La oficina adquiere vida, llegan otros compañeros con la voz alta de la rutina. Tengo que trabajar. Pero me quedo pensando, si me voy no vuelvo, pero quiero volver sin haberme ido.
Recién ahora entiendo cuando dicen "nadie vuelve ya", porque es más difícil volver triunfante que irse escapando de la derrota. ¿Porqué volvería al lugar que me expulsó? Por amor, que no exige más repuesta.
la lluvia se intensifica, y aunque todavía no me fui, ya no estoy acá.
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